Me voy a permitir transcribir textualmente parte de un discurso del Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en el cual habla sobre la Sociedad del Conocimiento y la posición que ocupa México en este aspecto.
El discurso fue pronunciado el 12 de abril del 2007, en una ceremonia de entrega de doctorados "Honoris Causa".
Lastimosamente habla de una realidad en la que se encuentra México, y que considero que desfortunadamente se está haciendo poco en el mejor de los casos para resolverla.
Las negritas son mías.
Fragmento del Discurso
La sociedad del conocimiento, de la que tanto se habla, es una de las muchas consecuencias de la globalización que vivimos. Los países pueden dividirse ahora entre aquellos que han alcanzado un buen nivel medio de educación y aquellos en los que sólo un pequeño segmento de su población ha alcanzado un nivel educativo aceptable. Esto explica, en buena medida, por qué algunos países han logrado un desarrollo más equitativo y por qué en otros, el signo ominoso de nuestro tiempo es la desigualdad.
Algunas cifras lo ilustran con claridad. Los países del norte de Europa, por ejemplo, que han hecho en los últimos años inversiones masivas de recursos públicos en educación, han alcanzado tasas de cobertura en el nivel superior que superan el 80 por ciento para su población entre 19 y 24 años. En América Latina, en cambio, el promedio apenas rebasa el 20 por ciento. En México es del 23 por ciento. Mientras que allá el 32 por ciento de su población completó la educación terciaria, lo que equivale a estudios profesionales, es decir una tercera parte, en México solamente la ha completado el 13 por ciento; es decir, apenas uno de cada diez. Aquellos países encabezan ya la lista de los más innovadores del mundo. Y por supuesto, todo ello se refleja en su ingreso per cápita, que es de 49 mil dólares en Suecia y 45 mil en Finlandia, mientras que el de México es de 8 mil.
Ocurre, pues, que la sociedad del conocimiento no es una quimera ni una formulación abstracta, es una nueva realidad mucho más poderosa de lo que parece. Porque los conocimientos ya no sólo se generan y se transmiten como antaño; sino que hoy en día se registran, se aplican, se patentan, se comercializan, se asocian, se exportan, se importan, etc. La fuga de cerebros, que ha sido mucho más costosa que la fuga de capitales, ahora la llaman en algunos países “importación de conocimientos”, y todo esto es lo que ha permitido que algunas sociedades se incorporen y otras se marginen de una nueva modalidad de la economía: la economía del conocimiento. Dice el Banco Mundial: el 20 por ciento de la población, el que realmente vive en las sociedades del conocimiento, controla ya el 80 por ciento de la producción mundial.
La economía del conocimiento derribó las fronteras que históricamente dividían al sector manufacturero y al de los servicios. Fabricar algo o prestar un servicio, pasa ahora inevitablemente por la capacidad que se tenga de hacerlos con el valor añadido, que se deriva de la tecnología. Es decir, el valor agregado que hoy ofrece la tecnología, determina cada vez más, la competitividad de una economía.
Todos los informes que queramos revisar, sean de Naciones Unidas, del Banco Mundial, del Foro Económico de Davos, de la británica Work Foundation, del Consejo de Lisboa, cualquiera, nos obliga a encender la alarma. La conclusión es contundente: muchos países, México incluido, no tenemos el suficiente capital humano necesario para competir con aquellos que activan y controlan la economía del conocimiento. Esos resortes no están a nuestro alcance, y es que la economía del conocimiento no es otra cosa que la capacidad que se tenga de incorporar el conocimiento a todos los sectores del aparato productivo.
La pregunta entonces es: ¿Queremos seguir viviendo en los suburbios de la sociedad del conocimiento? Cuatro parecerían ser las asignaturas que hay que cursar, para formar parte de este nuevo y formidable concierto internacional:
1. Invertir, con visión de largo plazo, mayores recursos públicos y privados en educación, investigación y desarrollo;
2. Construir una red de universidades de clase mundial;
3. Incorporar la proporción de la población económicamente activa, incrementarla con estudios técnicos, de licenciatura, especialización y doctorado;
4. Atraer estudiantes de otros países, es decir, importar conocimientos y no sólo exportarlos, evitar que los nuestros se vayan y no regresen, y tratar de repatriar a los que están fuera y puedan contribuir a los programas de innovación y desarrollo.
Algunas cifras lo ilustran con claridad. Los países del norte de Europa, por ejemplo, que han hecho en los últimos años inversiones masivas de recursos públicos en educación, han alcanzado tasas de cobertura en el nivel superior que superan el 80 por ciento para su población entre 19 y 24 años. En América Latina, en cambio, el promedio apenas rebasa el 20 por ciento. En México es del 23 por ciento. Mientras que allá el 32 por ciento de su población completó la educación terciaria, lo que equivale a estudios profesionales, es decir una tercera parte, en México solamente la ha completado el 13 por ciento; es decir, apenas uno de cada diez. Aquellos países encabezan ya la lista de los más innovadores del mundo. Y por supuesto, todo ello se refleja en su ingreso per cápita, que es de 49 mil dólares en Suecia y 45 mil en Finlandia, mientras que el de México es de 8 mil.
Ocurre, pues, que la sociedad del conocimiento no es una quimera ni una formulación abstracta, es una nueva realidad mucho más poderosa de lo que parece. Porque los conocimientos ya no sólo se generan y se transmiten como antaño; sino que hoy en día se registran, se aplican, se patentan, se comercializan, se asocian, se exportan, se importan, etc. La fuga de cerebros, que ha sido mucho más costosa que la fuga de capitales, ahora la llaman en algunos países “importación de conocimientos”, y todo esto es lo que ha permitido que algunas sociedades se incorporen y otras se marginen de una nueva modalidad de la economía: la economía del conocimiento. Dice el Banco Mundial: el 20 por ciento de la población, el que realmente vive en las sociedades del conocimiento, controla ya el 80 por ciento de la producción mundial.
La economía del conocimiento derribó las fronteras que históricamente dividían al sector manufacturero y al de los servicios. Fabricar algo o prestar un servicio, pasa ahora inevitablemente por la capacidad que se tenga de hacerlos con el valor añadido, que se deriva de la tecnología. Es decir, el valor agregado que hoy ofrece la tecnología, determina cada vez más, la competitividad de una economía.
Todos los informes que queramos revisar, sean de Naciones Unidas, del Banco Mundial, del Foro Económico de Davos, de la británica Work Foundation, del Consejo de Lisboa, cualquiera, nos obliga a encender la alarma. La conclusión es contundente: muchos países, México incluido, no tenemos el suficiente capital humano necesario para competir con aquellos que activan y controlan la economía del conocimiento. Esos resortes no están a nuestro alcance, y es que la economía del conocimiento no es otra cosa que la capacidad que se tenga de incorporar el conocimiento a todos los sectores del aparato productivo.
La pregunta entonces es: ¿Queremos seguir viviendo en los suburbios de la sociedad del conocimiento? Cuatro parecerían ser las asignaturas que hay que cursar, para formar parte de este nuevo y formidable concierto internacional:
1. Invertir, con visión de largo plazo, mayores recursos públicos y privados en educación, investigación y desarrollo;
2. Construir una red de universidades de clase mundial;
3. Incorporar la proporción de la población económicamente activa, incrementarla con estudios técnicos, de licenciatura, especialización y doctorado;
4. Atraer estudiantes de otros países, es decir, importar conocimientos y no sólo exportarlos, evitar que los nuestros se vayan y no regresen, y tratar de repatriar a los que están fuera y puedan contribuir a los programas de innovación y desarrollo.
Como se ve, el Reto es grande y es importante atenderlo.
¡Un saludo a todo el mundo!
Antonio Rey Tamayo Neyra
Las fotos son de la Ciudad de Monterrey, México donde radico. El ícono de la ciudad es el llamado "Cerro de la Silla", llamado así por los fundadores de la urbe hace 400 años.
1 comentario:
Espero que el reto no sea imposible. En realidad el reto en mayor o menor medida lo tienen todas las naciones. Mantener el nivel formativo de la población es un trabajo continuo que requiere muchos recursos.
Muy bonitas las fotos de tu ciudad.
Saludos.
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