Lo que para algunos es solamente una nueva moda y que como tal pronto pasará, el hecho es que la Responsabilidad Social Empresarial implica una forma diferente de gestión que es capaz de generar valor tanto para la propia empresa como para la sociedad en general, superando la tradicional visión económica.
El concepto no es nuevo en realidad, sus inicios podrían remontarse a la década de los cincuenta del siglo pasado, cuando H. R. Bowen escribió el libro llamado “Responsabilidad Social del Empresario”, en donde la define como “…las obligaciones de los empresarios para seguir políticas, tomar decisiones o adoptar líneas de acción deseables en términos de los objetivos y valores de la sociedad”. De entonces a la actualidad ha venido evolucionado y ampliándose en función de la nueva realidad social.
En forma paralela desde ese entonces también, la sociedad misma empezó a cuestionarse el comportamiento de las empresas, en Estados Unidos específicamente realizando boicots de compra de acciones de aquellas que estuvieran dentro de la industria bélica, principalmente durante la guerra de Vietnam.
En mayor o menor grado, desde entonces empezó a permear en la administración de las propias empresas, la idea de que deberían de tomar en cuenta el entorno y las demandas sociales para su propio crecimiento y desarrollo; aunque por otro lado hay que admitirlo, siempre han existido directivos y/o dueños que se han preocupado por atender bien a sus empleados, a sus clientes, a sus proveedores, y también a la sociedad en general, pero mucho desde la perspectiva de filantropía, lo cual si bien es válido desde una visión humanitaria, no implica una estrategia administrativa.
Todavía en 1970, Milton Friedman, ganador del Premio Nobel de economía, dijo la siguiente frase: “La responsabilidad social de los negocios es el de incrementar sus utilidades”. Como una respuesta a las iniciales demandas de una nueva sociedad que en ese momento comenzaba a formarse.
Pero el nuevo contexto de la globalización y el cambio industrial a gran escala producido por la Revolución de las Tecnologías de la Información, ha propiciado también nuevas inquietudes y expectativas de los ciudadanos, consumidores, poderes públicos e inversionistas (nueva sociedad), los cuales manifiestan una preocupación cada vez mayor sobre el deterioro medioambiental provocado por la actividad económica, y la necesidad de la transparencia de las actividades empresariales propiciada por los medios de comunicación e internet.
Todo esto significa el pedirle a la empresa que tome un papel más activo en cuanto a su relación con la propia sociedad, que es parte de ella misma, y que por lo tanto requiere tener una actitud responsable, y no pretender quererse manejar en forma aislada.
Lo anterior no significa como antes se dijo filantropía o caridad; como agente económico la empresa puede funcionar de manera más acorde con la sociedad; en otras palabras, este comportamiento responsable puede ser una gran estrategia de creación de valor y de posicionamiento, y que, más allá del necesario cumplimiento de las normas legales y la minimización de riesgos y litigios de futuro, le aporta la oportunidad de crear lazos de confianza con sus interlocutores, desde los trabajadores, socios y clientes hasta la propia gerencia, inversionistas y la comunidad.
Desde esta perspectiva la Responsabilidad Social Empresarial se define actualmente como una política de empresa, según la cual una organización incorpora estratégicamente en sus procesos de creación de valor los intereses y las inquietudes de los agentes que, legítimamente, toman parte en su interés (accionistas, trabajadores, clientes, ciudadanos, proveedores, inversionistas, reguladores, agentes sociales y organizaciones sociales) y que tiene, específicamente, un compromiso con la sustenibilidad global (ambiental, social, económica).
Esta política de creación de valor esta inmersa en la nueva economía del conocimiento, en donde las empresas no valen lo que indican sus libros contables. En un número creciente de empresas, el valor de sus bienes y propiedades ya tiende a ser marginal: su valor les viene en mucha mayor medida de activos intangibles, como el capital intelectual, las habilidades y el talento de sus colaboradores, la marca, la reputación, el liderazgo, o su capacidad de innovación principalmente.
La integración voluntaria por parte de las empresas, de las preocupaciones sociales y ambientales en sus operaciones comerciales y en las relaciones con sus interlocutores se puede concretar de múltiples maneras, desde códigos de conducta a mejoras en la conciliación de la vida familiar y laboral de los trabajadores. En todas éstas, sin embargo, lo que es relevante es el impacto positivo para los resultados de las empresas.
Finalmente, y no por ello menos importante, esto tiene que ver con supervivencia. Por todos es sabido que la sociedad en general es cada vez más compleja, y los retos y posibles soluciones a sus problemas no podrán ser resueltos únicamente por los gobiernos, ni las empresas en forma aislada conseguirán motivar a sus empleados solamente con estímulos económicos. Implica por lo tanto trabajar para y con la sociedad para su desarrollo integral y sustentable.
Empresa: Una Institución Social encargada del Desarrollo Humano, a través de la Inversión y el Trabajo